ito 3:3 dice: “Porque nosotros también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros”.
“Desgracia de los pecadores es que se odien unos a otros, y deber y dicha de los santos es amarse los unos a los otros”. — Matthew Henry
Los cristianos como portadores de la luz del Señor Jesucristo son iluminarias en un mundo que esta en tinieblas. Los creyentes deben atesorar en sus corazones la verdad del evangelio a fin de prevenir el odio contra sus hermanos. Es totalmente repudiable que un creyente odie, calumnie y censure maliciosamente a otro hermano y piense que estos son pecados insignificantes ante Dios cuando en las Sagradas Escrituras el mismo Jesús advierte seriamente sobre estos pecados y sus consecuencias (Mateo 5:22-23). Hay creyentes que piensan que su actitud de odio podría estar justificada por el daño físico o emocional que han sufrido, pero ¿Aprueba la Palabra de Dios tales nociones o pensamientos? La respuesta a esta pregunta es un rotundo «¡No!». Nuestro deber es preservar el amor cristiano el cual según (Juan 13:34-35) es el distintivo por el cual el mundo reconocerá que somos realmente discípulos de Cristo. Cabe señalar aquí que no solo debemos estar dispuestos amar y perdonar a nuestros hermanos en la fe sino que también debemos tener la misma actitud respecto a nuestros semejantes por amor a Cristo.
Los cristianos con la ayuda de Dios deben evitar el orgullo y estar siempre dispuestos a confesar sus culpas. Lidiar con la culpa y el orgullo puede resultar difícil debido a su naturaleza caída y pecaminosa. Consideremos ciertas razones por la cual deben los creyentes ser sumisos y obedientes en cuanto a esta petición que el Señor hace. Deben reconocer sus culpas y humillarse delante de sus hermanos por las siguientes razones:
- Por amor a Dios
- Por el bien de nuestras almas
- Por la unidad de los creyentes
- Por el evangelio de Cristo
Para evitar el rencor y el odio hacia nuestros hermanos debemos tomar como el mayor de los ejemplos el amor sacrificial de Jesús. Los creyentes no pueden olvidar que Jesús sufrió los peores castigos y tormentos haciendo posible nuestra salvación mediante el perdón y la reconciliación. La escritura expresa cuan grande es la bondad, amor y misericordia de Dios que aún siendo pecadores Cristo murió por nosotros (Romanos 5:8). En (1 Juan 4:19) encontramos una cita muy contundente sobre el deber de amar a los demás hermanos afirmando que la razón por la que los creyentes deben estar dispuestos a amar y perdonar es que "Dios nos amo primero”. No podemos participar en los servicios y adorar al Señor sabiendo que existen raíces de amargura y rencor contra algún hermano pues esto afecta nuestra relación con Dios y con el cuerpo de creyentes. Siempre será conveniente y oportuno el autoexamen con la intensión de hacer una seria reflexión a fin de identificar algún tipo de animosidad en nuestros corazones. Los creyentes como peregrinos y extranjeros en este mundo vamos camino a la gloria eterna consientes de que nos tocara comparecer ante el tribunal de Cristo por tal razón velemos pues nuestros pasos y cuidemos nuestros corazones porque tendremos que dar cuenta al Señor un día.
Amar y perdonar a quien nos a maltratado ciertamente es liberador y es un actitud cristiana que glorificara al Señor. En cambio odiar a quien nos odia aun cuando creamos que nuestro sufrimiento lo justifica será tóxico para nuestras propias almas. Si el pecado de un hermano amerita la disciplina de la iglesia, recuerde que la disciplina tiene como principal objetivo la restauración del creyente y debe ser aplicada justamente y en el amor del Señor. Algunas personas están convencidas que pagando mal por mal se hace justicia, sin embargo, dice la Escritura que “la ira del hombre no obra la justicia de Dios” (Santiago 1:20) quien únicamente puede juzgar sabia, perfecta y justamente todas las cosas y lo hará según (Romanos 12:17-21). No olvide que"el Amor es el latido constante de la proclama cristiana, la esencia misma de la fe que profesamos" — Albert Cuadrado
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